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 Albus Potter y la Orden de Eochid

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Horatius Potter




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Albus Potter y la Orden de Eochid Empty
MensajeTema: Albus Potter y la Orden de Eochid   Albus Potter y la Orden de Eochid EmptyJue Feb 11, 2010 11:24 pm

Capítulo 1: El Reencuentro

Un rayo de sol se filtraba por entre las cortinas púrpura, iluminando tenuemente los pies de un muchacho que dormía profundamente. Era un chico alto y delgado, con denso cabello azabache y profundos ojos verdes. Su rostro era el de un adolescente típico: ni muy aniñado ni muy maduro.
El muchacho se retorció entre las sábanas, pero no dio señales de querer despertar. Sin embargo, en el momento en que sonó su despertador, no tuvo más remedio que incorporarse y apagarlo manualmente. Se sentó en el borde de su cama y contempló su habitación. Era bastante grande y espaciosa. Su cama estaba a un costado, contra la pared, debajo de una pequeña repisa con algunos premios deportivos y emblemas por logros académicos. En la pared opuesta a su cama había un escritorio de roble bastante grande, el cual estaba repleto de papeles, trozos de pergaminos y gruesos libros de texto. Sobre el escritorio reposaba un portarretratos con una foto que se movía levemente. La fotografía mostraba a un hombre y a un niño de unos diez años prácticamente idénticos, a excepción de los anteojos que llevaba el adulto. Ambos eran delgados, con ojos verdes y cabello negro como la noche. Eran Harry Potter y su hijo, Albus.
Albus se levantó, aún adormecido, y se dirigió al armario que estaba a un costado del escritorio. De pequeño se había sentido insignificante a su lado, pero ahora ya era casi tan alto como el grueso armario de madera tallada. Abrió una de las portezuelas, la cual tenía un espejo del lado interior y contempló su imagen. El espejó de cuerpo entero le mostró los cambios que su cuerpo había sufrido durante ese verano. Había crecido por lo menos diez centímetros, por lo que supuso que había aventajado a sus amigos del colegio. Las sesiones de entrenamiento compartidas con su padre los fines de semana habían fortalecido sus brazos y su espalda, por lo que Albus pensó que nunca se había visto tan fortachón. Sin embargo, era una mejora digna de festejar: rara vez se veía a un guardián de Quidditch muy delgado. Flexionó sus brazos levemente para poder apreciar la musculatura que se abría camino bajo la piel. No pudo evitar sonreír levemente.
-Este año te acosarán las chicas, Albus Severus-se susurró a sí mismo, en un acto de absoluta vanidad. La verdad era que Albus no necesitaba ayuda para que las chicas le prestaran atención; pero sí para comprenderlas. Durante el año anterior, Albus había salido con un total de cuatro chicas, y no había sabido comprender a ninguna de ellas.

-¡Ay, mi pequeño Albus!-chilló una voz desde la puerta. James, su hermano mayor, se encontraba allí observándolo, divertido-Debes dejar de ser tan presumido, hermanito. A las chicas no les gustan los creídos.

-¡Ya cállate!-espetó Albus, algo divertido, mientras tomaba un par de medias de su armario y lo arrojaba directo al rostro de su hermano. James no se inmutó en lo más mínimo y desapareció tras un sonoro ¡crack!

Albus y James no podían ser más diferentes. Con respecto al aspecto físico, James era pelirrojo y tenía ojos azules como su tío Ron, y era bastante más alto que Albus. Era un joven medianamente apuesto, con algunas admiradoras en el colegio. Pero además, James era el mayor alborotador de Hogwarts. Sus años anteriores en el colegio habían estado surcados por cientos de situaciones y bromas que lo habían encontrado como culpable. Albus, al contrario, era tranquilo y aplicado. Los premios que estaban sobre su cama eran variados. Dos por haber ganado el campeonato de Quidditch con su equipo, un par de reconocimientos por sus logros académicos y un quinto (el favorito de Albus) por haber ganado el Torneo de Ajedrez Mágico de Hogwarts. Sus amigos tildaban su pasión por el ajedrez mágico de patética y antisocial, lo cual Albus consideraba absurdo. Sus amigos, al igual que su hermano, eran muy diferentes de Albus. En realidad, el diferente era Albus, pero el chico lograba encajar bastante bien dondequiera que estuviese.
Albus sacó del armario un par de jeans y una camisa blanca, lisa. Se cambió, se calzó las zapatillas y estuvo listo para ir a desayunar. Salió de su cuarto, que estaba en el primer piso de la casa y bajó por las escaleras de servicio, para llegar directamente a la cocina sin tener que pasar por la sala.
La cocina era una habitación alargada, sin mucho mobiliario aparte de una mesa, seis sillas y un gran armario que guardaba la vajilla, que se encontraba en un rincón. El suelo era de losa y, en invierno, no era nada recomendable pisarlo con el pie descalzo. Su madre estaba frente a una sartén, vigilando los trozos de tocino que estaba preparando. Tenía el largo pelo rojizo atado en una coleta y un delantal en torno a su delgado cuerpo.

-Hola, Albus-lo saludó su madre con una leve sonrisa antes de volver a fijar la vista en la sartén-. ¿Revueltos?

-De acuerdo-Albus tomó un enorme trozo de pan de la pesa y se lo comió de un bocado. En otras circunstancias lo habría disfrutado, pero su padre había entrado en la cocina y lo había saludado con una palmada bastante fuerte en la espalda, provocando que se atorase.

-¿Tienes tus cosas listas, hijo?-Harry se sentó en la cabecera de la mesa y desplegó su ejemplar de El Profeta para internarse en el mundo de las noticias-No habrá mucho tiempo para hacer el equipaje antes de salir, lo sabes.

-No te preocupes papá, todo está listo. Solamente me falta la túnica de gala, pero se la di a mamá para que la lave-dijo el chico, entre toses, mientras escupía migas de pan.

-Allí está-acotó Ginny, señalan un gran canasto de ropa limpia. En la cima de la montaña de ropa estaba la túnica de gala azul marino de Albus, cuidadosamente doblada-. Por favor, guárdala antes de que James le haga algo. Tenía una enorme mancha que me ha costado mucho sacar de la pechera. Estoy sospechando si no era whisky de fuego-Ginny frunció la boca, en señal de desaprobación, mirando a Albus, quien se sonrojó súbitamente.

Durante el baile de Navidad del año anterior, James le había conseguido una botella de licor a Albus para que la compartiera con sus amigos. Los chicos habían terminado tan mareados que estuvieron a punto de quedarse dormidos en las escaleras del castillo.
Su madre le sirvió tocino y sus huevos, y le alcanzó algo de mermelada para las tostadas. Albus disfrutaba mucho la comida de su madre. En su opinión sólo era superada por dos cocineras: una era Ruth Mackenzie, cocinera de Hogwarts desde hace siete años, desde que Hermione Weasley, su tía, había conseguido que liberaran a los elfos domésticos que trabajaban allí; la otra era su abuela, Molly Weasley.
Albus devoró rápidamente su desayuno. Aún debía retocar su redacción de Transformaciones y, según su padre, se marchaban en exactamente una hora. Cuando terminó la última tostada, levantó su plato y lo llevó hasta el fregadero, donde se había empezado a amontonar una pila de platos y cacerolas. Luego se dirigió a su cuarto.
A mitad de las escaleras se encontró con su hermana Lily, que ese año empezaría su tercer año en Hogwarts. Era muy parecida a su madre, a excepción de sus ojos, que eran verdes como los de Harry. Aún era muy chica para empezar a adoptar la figura de una mujer, pero su cuerpo ya había empezado a redondearse aquí y allá, por lo que Albus pensaba que muy pronto tendría que alejar a los chicos que se le acercaran.
Subió las escaleras preguntándose dónde estaría James, pero en cuanto pasó frente a una ventana que daba al jardín trasero vio a su hermano haciendo levitar varias cosas a la vez. Desde que James se había vuelto mayor de edad ese verano no había dejado de utilizar magia para lo que fuera, desde abrir las puertas hasta cortar su comida. Albus lo encontraba muy irritante, pero al pensarlo dos veces se dio cuenta de que probablemente todo el mundo, cuando alcanzaba los diecisiete años, se abalanzaba sobre su varita para hacer magia legalmente.
El sol había conseguido iluminar más en su habitación que sólo los pies de su cama, y ahora todo el cuarto estaba caldeado por el sol de fines de verano. Albus se sentó frente a su escritorio, donde un gran trozo de pergamino ocupaba la mayor parte del espacio, y comenzó a releer velozmente su redacción para Transformaciones. No le molestaba hacer eso en lo más mínimo, excepto por el calor. Cuando empezó a sudar, se levantó bruscamente y cerró las cortinas con fuerza, por lo que el cuarto se oscureció súbitamente.
Luego de unos veinte minutos su redacción estaba terminada y, según Albus, era muy buena. Supuso que obtendría como mínimo una S, lo cual estaba bien para él. Era buen estudiante, pero no se volvía loco si no obtenía un Extraordinario como su prima Rose Weasley. Albus podía lidiar con un Supera las Expectativas de tanto en tanto. Enrolló su redacción y la guardó cuidadosamente en su baúl, junto con la túnica de gala. Luego revisó su cuarto para comprobar que no se olvidaba de nada en absoluto y recordó que había estado a punto de olvidar su escoba. La retiró del estante superior del armario y tomó el baúl por la manija para llevar el equipaje a la planta baja.

***

El tren emitía una densa nube de vapor a medida que se alejaba de la plataforma. Albus saludaba a sus padres desde la ventana de su compartimiento, hasta que el tren tomó una curva y la plataforma desapareció de la vista.
Albus tomó su baúl y lo colocó en la rejilla portaequipajes, para luego recostarse y contemplar los últimos vestigios de Londres desde la ventana. La puerta del compartimiento se abrió y dos chicos sonrientes entraron apresuradamente.

-Hola dulzura-saludó un chico alto y muy delgado a Albus, emitiendo una risita infantil. Ese chico era Jonathan Plymouth. Era muy bromista y divertido, pero más tranquilo que James Potter. Era tan alto como Albus, con largo cabello castaño y profundos ojos negros, que se ocultaban bajo un par de anteojos de gruesa montura de carey negro, emitiendo astutos destellos, quizás provocados por el cristal de sus lentes.

-Hola Albus-saludó el otro. Nicholas Halland era más bajo que Albus y Jonathan, pero igual de delgado. Tenía los rasgos algo aniñados, y era casi albino. El pelo se ondulaba en remolinos blancos sobre la piel traslúcida, llegando casi hasta los hombros. Sus ojos eran, en esencia, azules, pero eran tan claros en algunas ocasiones que aparentaban ser incoloros. Sus cejas y pestañas eran tan claras que a veces parecían no estar ahí.-. ¿Qué tal el verano?

-Muy bien, gracias. ¿Los suyos?

-Normal. No se puede decir que el verano en Suecia sea realmente verano…pero al menos pude estar un tiempo con mis abuelos-los padres de Nicholas eran suecos, por lo que todos los veranos el chico iba a Suecia a visitar a sus familiares-. Nunca adivinarán lo que mi primo Lars consiguió de mascota.

Albus y Jonathan Plymouth lo miraron extrañados, esperando. Jonathan aprovechó la oportunidad para emitir con los labios un sonido fuerte, como de pedorreta, que hizo reír a los otros dos. Nicholas dejó de reír y se humedeció los labios con la lengua.

-Un hocicorto sueco pigmeo.

-¡Increíble!-exclamó Albus-Debe ser muy raro.

-Mi tío le dijo que sólo un dragón de cada cien mil nace pigmeo. Por lo que supongo que es sumamente raro y valioso. Aquí traigo unas fotos…no puedo esperar a que llegue Scorpius para mostrárselas.

Scorpius era el cuarto integrante del grupo. Si había una palabra que podía definir con exactitud a Scorpius Malfoy era galán. El hijo de Draco Malfoy era mucho más apuesto que su padre, aunque había heredado su característico cabello platinado y sus profundos ojos grises. Era alto, aunque no tanto como Albus y Jonathan, con los hombros bastante anchos. Y era, probablemente, uno de los chicos más deseados por las chicas de Hogwarts. Los cuatro estaban en Slytherin, la casa de la serpiente.
Al principio, cuando el sombrero seleccionador lo había puesto en Slytherin, Albus se había sentido muy decepcionado y había estado deprimido por unas tres semanas. Fue luego de haber empezado a conocer mejor a sus compañeros que comenzó a disfrutar el estar en esa casa, a pesar de su persistente reputación. Sin embargo, las cosas en Hogwarts no eran como en los tiempos de su padre. La rivalidad entre las casas no era muy grande, excepto cuando se relacionaba al Quidditch. Más allá de la temporada deportiva, la coexistencia en el castillo era muy buena.
Nicholas les mostró las fotos del dragón que traía consigo con mucho entusiasmo, mientras Jonathan las miraba sin mucha atención y Albus las contemplaba fascinado. En ese momento, la puerta volvió a abrirse.

-¿Me extrañaron?-preguntó el apuesto chico rubio que estaba en el umbral.

-No tanto como Mandyyy te debe haber extrañado a ti, Scorpius-dijo Jonathan, resaltando el nombre de la novia de Scorpius, que solía mantenerse pegado a él como una sanguijuela.

-Oh, por favor, no empieces. Albus, por favor dile que no empiece-suplicó Scorpius con los ojos en blanco.

-Jonathan, no molestes al Scorpyyy-acotó Albus, imitando la forma en que la novia de su amigo lo llamaba. Jonathan estalló en carcajadas junto con Albus.

-Púdranse-susurró Scorpius mientras se sentaba junto a Nicholas. El albino se apresuró en mostrarle las fotos del dragón de su primo.

El viaje hasta Hogwarts fue tranquilo. Jonathan de vez en cuando molestaba a Scorpius hablando de su novia y luego, cuando se hartó de hablar de lo mismo, comenzó con las típicas burlas a Nicholas por ser albino. Todas cosas de rutina. Cuando pasó la señora del carrito de golosinas, compraron muchas cosas para aprovisionarse durante el resto del viaje.
Cuando comenzaba a anochecer, los chicos se vistieron con sus túnicas de gala para el comienzo del año. Desde que Enguerrand de Blois se había convertido en el director de la escuela diez años atrás, era una nueva costumbre que en Hogwarts se realizaran tres bailes anuales. Uno al comienzo de clases, otro aún más lujoso en Navidad y el último a fin de año, como conmemoración del ciclo escolar. Solían tocar grupos de rock o cosas por el estilo. Se rumoreaba que este año Los Escrégutos recibirían a los estudiantes al ritmo de la guitarra de Dean Thomas, ex compañero de colegio de Harry Potter.
El tren aminoró la velocidad y, luego de un incesante chillido metálico, se detuvo. Las puertas se abrieron mágicamente y los estudiantes comenzaron a inundar los pasillos, apresurándose por tomar los mejores carruajes para dirigirse al castillo.
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